Era la década de los 90, para ese entonces nadie hablaba de “optimización” como una palabra de moda, pero para mí, cada proyecto era una oportunidad de demostrar que el detalle y la planificación podían hacerla diferencia. Estábamos trabajando en una instalación para una planta industrial, y recuerdo haber hecho los planos con una precisión milimétrica. Mi meta era clara: reducir al mínimo los ajustes en campo, esos que a menudo parecen inevitables pero que siempre retrasan los proyectos.
Mi entusiasmo siempre fue demasiado, todo iba muy bien, porque cuando llegó el momento de la instalación, todo encajó como un rompecabezas perfectamente armado. No hubo necesidad de cambios improvisados. Recuerdo perfectamente que el equipo llegó, ensambló y terminó en tiempo récord. Este nivel de preparación nos permitió ahorrar días valiosos y ganar la confianza del cliente. Pero lo que sucedió después me enseñó que ser profesional va más allá de los planos y las herramientas.
Conocí la ventaja que ofrece un talento senior, un hombre con esa sabiduría calmada que solo se gana con los años y la experiencia personal y profesional. He de confesar, que durante una etapa previa del proyecto, me había apoyado en momentos clave, (en parte le debo mi éxito, sin dudarlo) ofreciéndome consejos y soluciones cuando más los necesitaba. Así que, cuando él se acercó a pedirme ayuda para resolver un problema en otra área de su planta, no dudé en decir que sí.
Eso es algo que hoy por hoy me hace diferente, siempre busco ayudar a los demás.
Sabía que ese trabajo adicional no estaba en el alcance del contrato, pero para mí era una cuestión de gratitud. Mi equipo y yo nos encargamos de esa tarea en un par de días, sin pedir nada a cambio. (y tomé una gran decisión) No informé a mis superiores, sabiendo que probablemente querrían cobrarlo, pero lo vi como una oportunidad de devolverle el favor a alguien que había confiado en mí. (y no, no me equivoque.)
Unos días después, de regreso en la oficina, me llamaron a la dirección general. No lo voy a negar, sentí pánico además de que mi mente empezó a ir contra mí, los mil imaginativos sobre si habría problemas, quejas, me hizo pensar lo peor. Pero cuando llegué a la oficina del director, me mostró algo que nunca olvidaré: una carta del cliente felicitando al equipo por nuestra entrega, profesionalismo y compromiso.
Esa carta, que aún conservo como un tesoro, no solo reconocía nuestro esfuerzo, sino que abrió las puertas a un sinfín de proyectos nuevos con esa empresa. Ese momento marcó un antes y un después en mi carrera, ya que tiempo después fui considerado para una posición gerencial gracias a esa reputación que habíamos construido con acciones, no con palabras.
Ese día alguien creyó en mí y me inspiró, hoy yo decido hacer lo mismo. ¿Estás listo para que cambiemos juntos tu historia?