Era la década de los años 90s, para ese entonces no se hablaba de “optimización” como una palabra de moda en la ejecución de proyectos, pero para mí, cada proyecto era una oportunidad de demostrar que el detalle y la planificación podían hacer la diferencia. Estábamos trabajando en una instalación para una planta industrial, y recuerdo haber hecho los planos de construcción con una precisión milimétrica. Mi meta era clara: reducir al mínimo los ajustes en campo, esos que a menudo parecen inevitables pero que siempre consumen tiempo y, en ocasiones, retrasan los proyectos.
Siempre he sido muy entusiasta y todo iba muy bien, y cuando llegó el momento de la instalación, todo encajó como un rompecabezas perfectamente armado. No hubo necesidad de cambios improvisados. Recuerdo perfectamente que el equipo llegó, lo ensamblamos y conseguimos un ahorro de 4 semanas en un plazo de 3 meses. Esto nos permitió ganar la confianza del cliente. Pero lo que sucedió después me enseñó que ser profesional va más allá de los planos y las herramientas.
Conocí la perspectiva que ofrece un talento senior, un hombre con esa sabiduría calmada que solo se gana con los años y la experiencia personal y profesional. He de confesar que durante una etapa previa del proyecto, me había apoyado en momentos clave, (en parte le debo mi éxito, sin dudarlo) ofreciéndome consejos y soluciones cuando más los necesitaba. Así que, cuando él se acercó a pedirme ayuda para resolver un problema en otra área de su planta, no dudé en decir que sí.
Eso es algo que hoy por hoy me hace diferente, siempre busco ayudar a los demás.
Sabía que ese trabajo adicional no estaba en el alcance del contrato, pero para mí era una cuestión de gratitud. Mi equipo y yo nos encargamos de esa tarea en un par de días, sin pedir nada a cambio (y tomé una gran decisión). En ese momento no informé a mi jefe (QEPD), sabiendo que probablemente obtendría una llamada de atención por hacer un trabajo sin remuneración para la empresa, pero lo vi como una oportunidad de devolverle el favor a alguien que había confiado en mí. (y no, no me equivoque.)
Unos días después, de regreso en la oficina, me llamaron de la Dirección General. No lo voy a negar, sentí pánico además de que mi mente empezó a ir contra mí, los mil imaginativos que dicen si habría problemas, quejas, en fin, todo eso… y me hizo pensar lo peor. Pero cuando llegué a la oficina del Director, me mostró algo que nunca olvidaré: una carta del cliente felicitando al equipo por nuestra entrega, profesionalismo y compromiso.
Esa carta, que aún conservo como un tesoro, no solo reconocía nuestro esfuerzo, sino que abrió las puertas a muchos proyectos nuevos con esa empresa. Ese momento marcó un antes y un después en mi carrera, ya que tiempo después fui considerado para una posición gerencial gracias a esa reputación que habíamos construido con acciones, no con palabras.
Ese día alguien creyó en mí y me inspiró, hoy yo decido hacer lo mismo.
¿Estás listo para que cambiemos juntos tu historia?